Ramiro Espiño
In Memoriam Juan Carballo
Siempre es triste decir adiós. Aunque hay ocasiones en que esperas que te llegue la confirmación de una triste noticia, cuando finalmente se produce, duele. Hoy es uno de esos momentos. Al sonar el despertador ni imaginaba que el día me iba a dejar helado antes de desayunar. Esperaba que sucediese en cualquier momento, pero ni yo ni los que tuvimos la suerte de conocerte, Juan, estábamos preparados. Supongo que nunca se está para ver marchar a un amigo.
Antes de nada, para los que no sepan quién eres, Juan, déjame que se lo diga brevemente. Juan Carlos Carballo, entre otras muchas cosas, fue hasta su jubilación por la cruel enfermedad que le arrebató la vida, jefe de personal del Liceo Casino de Pontevedra, en donde trabajó durante más de 30 años. Alguien conocido y querido por los socios y por todos aquellos que alguna vez pasaron por el Casino, por su buen hacer, por estar siempre dispuesto a ayudar, a resolver cualquier problema, a echar una mano. Y encima lo hacía con una sonrisa. Pero por encima de cualquier otra cosa, Juan era UN BUEN HOMBRE.
Éramos casi vecinos y sin embargo fue el Casino el lugar que me permitió conocer a un tío que merece la pena. De los de verdad. De los que se visten por los pies. No podía ser de otra manera ni en otro sitio, ya que allí te pasabas más de media vida, siempre atento a que todo funcionase. Y desde entonces, cuanto más coincidíamos más te apreciaba como amigo y como persona.
Un maldito día supe de tu cruel enfermedad, la que te acabaría separando de todos los que amabas. Luchaste con una mezcla de entereza, resignación y positivismo. Sabías que aquello iba en serio. Aún así nunca perdiste la sonrisa, la presencia de ánimo, la esperanza y las ganas de vivir. Cuando nos veíamos te preguntaba cómo estabas y nunca me dijiste que mal. Siempre había en ti un ejemplo. Ni una mala palabra. Ni una queja, aunque la procesión fuese por dentro.
No te rendiste. Ni tú ni Mary, tu mujer, a la que desde aquí mandó un inmenso abrazo. Ejemplar apoyo para ti y consuelo para vuestros hijos, a los que dejáis un legado inmejorable.
Adios, amigo. No sé si volveremos a encontrarnos allá donde vayas. Me encantaría para poder darte de nuevo un fuerte abrazo, pero dudo que sea posible ya que tú te has ganado el cielo, algo que no está al alcance de todos.