Alba Piñeiro
Azul cielo, azul infierno
Nada hay tan destructivo como una guerra o una catástrofe natural. Estos devastadores sucesos terminan por generar miles de muertes, de heridos, de niños desamparados y de enfermedades provocadas por la propia coyuntura desoladora. Afortunadamente, la comunidad internacional se moviliza y envía agua, alimentos, mantas, dinero en sí mismo…La ayuda a los países o zonas afectadas suele implicar la llegada de personas que puedan colaborar en la gestión de la ayuda material, así como individuos especialmente preparados para actuar y reaccionar ante citado tipo de situaciones, realizando labores humanitarias y de mantenimiento de la paz, como pueden serlo los integrantes de las Fuerzas de Paz de la ONU, también llamados cascos azules.
Aunque el régimen estatutario por el que se rigen será el regulado por los países que los destinan a las zonas que lo requieren, los cascos azules se agrupan bajo la bandera de Naciones Unidas, actuando por mandato directo del Consejo de Seguridad de la ONU. Capacitados para enfrentarse a situaciones de todo tipo, sean provocadas por conflictos armados o por desastres causados por la naturaleza, son un elemento ideal en la gestión de emergencias, ya que realizarán una función pacificadora en la medida de lo posible o mediadora, logrando que lleguen a los damnificados las ayudas que se van enviando a zonas devastadas.
Las personas que se encuentren en una zona del planeta que llegue a necesitar la intervención de cascos azules están en una especial situación de vulnerabilidad. Habrán perdido sus casas, a seres queridos, tendrán secuelas de por vida (psíquicas y físicas), su futuro ve reducidas drásticamente las expectativas que tendrían en condiciones normales…Ahora bien, pensemos algo: nunca faltan depredadores que se aprovechen de esa especial vulnerabilidad. Y no importa que su cometido inicial sea completamente contrario. El que puede o tiene tendencia a depredar, tiene que ser muy fuerte y haber tenido una muy buena educación para no hacerlo.
En estos últimos días saltaron a la luz escándalos de abusos sexuales a niños realizados por cascos azules franceses en Mali y la propia ONU ha afirmado que ya son demasiados los casos similares protagonizados por este tipo de personal, que al ser militar, como hemos dicho, su régimen estatutario se rige por los Estados que los mandan, por lo que serán los propios Estados que los envían y no la ONU quienes los investiguen o sancionen si se llegase a dar la situación. Sin embargo, después de varios casos, no sucede.
Tomémonos más en serio la ayuda que enviamos a países que atraviesan dificultades. El dinero o el material necesario, hacen mucho, pero no lo son todo. Las personas que toman contacto con los afectados por una gran desgracia, con sus actitudes, pueden paliarla o acrecentarla y quienes gestionan este tipo de despliegues no deberían dejar participar en ellos a cualquier individuo. El hábito no hace al monje, un símbolo pacifista no convierte en tal a un villano ávido de satisfacer sus pulsiones libremente, en un lugar donde está de paso y donde además goza de una consideración social positiva al supuestamente ser portador de dicho símbolo. Los propios países deberían empezar a investigar y sancionar a quienes cometan abusos de tal calibre. No obstante, la herramienta más efectiva radicaría en la selección óptima de los enviados a este tipo de misiones.