Manuel Pérez Lourido
Piezas de la maquinaria
La juventud consiste en estar haciendo algo. Y si no estás haciendo algo, te pones a teclear en el móvil, que te suministra un sucedáneo de la experiencia real. Las redes sociales, que mantienen atrapados a más población de la que es consciente de ello, funcionan como antídoto del aburrimiento tanto o más que como transmisores de información o experiencias. Se vive de modo virtual una existencia virtual. Casi todos tenemos un nick, otra personalidad, otra forma de vernos a nosotros mismos y de proyectarnos hacia los demás en cuanto accedemos a la web. Nos publicitamos en las redes sociales, pero lo que publicitamos es alguien a medio camino entre quienes somos y quienes deseamos llegar a ser. Twitter, por ejemplo, va de aparentar ser más perspicaces de lo que somos; Whatsapps, de ser más sociables y enrrollados; Facebook, de llevar una vida más interesante.
En los bits se diluye nuestra experiencia vital y se construye nuestra nueva identidad, proyectada a un mañana que está siempre a un click de la transformación, a un segundo de una nueva euforia. La dinámica de las relaciones virtuales es tan efervescente como evanescente: nada tiene demasiada importancia ni peso específico, porque será sustituido enseguida por otros planteamientos igual de atractivos y efímeros. En los fogones del mundo virtual sólo se cuece fast food. Es el signo de los tiempos: la literatura kleenex, el cine de consumo, la música para olvidar. El arte es sólo un envase publicitario.
Vivimos atropelladamente, en pos de una nueva sensación. Se nos enseña desde muy pequeños a masticar productos prefabricados, envasados y publicitados para nuestro consumo. Los padres modernos depositan sus inseguridades en disparatadas doctrinas de última moda que aseguran un desarrollo más natural, integral y sano de los aprendices de consumidor.
Los obstáculos con que el pensamiento pudiese estorbar nuestro desempeño como eficaces eslabones de la engrasada cadena consumista se minimizan con leyes educativas ad hoc que limitarán el desarrollo del mismo. Nada de humanidades, se necesita gente práctica, que comprenda su lugar en la maquinaria y no se cuestione el diseño o los fines de la misma.
No es solamente el sector más joven y vulnerable de la población el receptor de mensajes urgiendo la necesidad de llenar la existencia con actividades placenteras y/o entretenidas. Es todo el género humano, al que horroriza la idea de meditar sobre su destino final, el que busca que quede el menor tiempo posible para caer en la tentación de hacerlo. Y la parte del género humano dedicada a sacar tajada de las debilidades del mismo se ha empleado a fondo para explotar ese ámbito de negocio.
Todo esto así seguido parece la decoración de un escenario apocalíptico. Léanlo otra vez y examinen si esconde alguna mentira.