Kabalcanty
Un terremoto folclórico (Acaecido en Madrid en febrero del año en curso)
Cuando a la naturaleza le da por desperezarse y salir de su rutina, los humanos abandonamos todas nuestras prepotencias y aparecemos como meros títeres a merced de los elementos. Con el pánico palpamos nuestra insignificancia y asistimos azarados como fuego, aire, agua o tierra nos devastan e intimidan sin que podamos hacer demasiado por calmar su cólera o su capricho mutante. Todos sabemos de tragedias por incendios arrasadores, de formidables huracanes, de maremotos impetuosos o de violentos terremotos. Luego, tras los destrozos de rigor, todo vuelve a la costumbre, al apaciguamiento de la naturaleza y a su discurrir manso y hermoso. Pero no todas las veces los elementos de la naturaleza son tan agresivos como nos lo pinta la literatura, el cine o la televisión en la actualidad, muchas veces somos nosotros, los humanos, los que tanto bebemos del catastrofismo, los que nos ponemos la venda antes de hacernos la brecha. Y es que también la alarma, en el sentido más meliorativo de la palabra, es una forma de romper la rutina para las personas.
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El seísmo apenas duró diez o doce segundos, lo justo para tintinearan cuatro vasos, retemblara una puerta mal cerrada u oscilara ligeramente una lámpara. Nada se derrumbó aquella tarde, ni hubo daño físico alguno, ni siquiera la alarma del piso de don Álvaro, tan sensible a cualquier avatar de día o de noche, saltó, sin embargo la escalera se llenó de bullicio apenas cesó el temblor.
- Abre la puerta, K., que soy yo, Baldomero.
Baldomero, el dueño y camarero del bar del local de la finca, aporreaba la puerta con una urgencia desacostumbrada. El paño de cocina, que siempre llevaba en su hombro izquierdo, le servía para enjugar el sudor que humedecía su frente.
- Llame usted otra vez -dijo Asun, venteándole la oreja con su aliento a perejil- que este hombre siempre anda en las Batuecas y no escucha alrededores.
K. les abrió con ojos somnolientos y el sombrero ladeado.
- Pero, coño, no te quitas el güito ni en casa - le dijo Baldomero, fijándose en lo torcido del bonete- Lo mismo te lo ha "dejao" así el terremoto.
K. escudriñó la reunión vecinal en el descansillo de la escalera y encaró el rostro macilento del camarero ausente de expresión.
- Hacía todo tiquitiquitiqui -saltó Mari, la hija de la señora Paca, sacudiendo los dedos gráficamente- Si llega a estar mi madre en casa le tengo que arrear dos pastillas para la tensión.
- Es que como eres el presidente de la comunidad este año- continuó Baldomero- queríamos comprobar contigo si hay algún desperfecto en la finca para dar el parte al seguro. Ya sabes que esto en caliente y en situ que si no nos la meten doblada los soplagaitas esos del seguro.
- Y los cimientos habrá que peritarlos -añadió Asun, ciñéndose la bata en el cuello.
Los ladridos de su perro prologaron la bajada de don Álvaro del piso superior. Llevaba el mismo traje "príncipe de gales" de las grandes celebraciones y un olor a "Varón Dandy" que hormigueaba en la nariz.
- ¡Ay, que me huele a azufre! ¡Una réplica! -exclamó, presa del pánico, doña Pura, la lotera ambulante, que subía trabajosamente desde el primer piso.
- ¡Que no, Pura, que no, que es la colonia que gasta don Álvaro! -gritó Chelo, bajando a ayudar a la anciana.
- Vaya verbena vecinal -dijo don Álvaro, atusándose el bigote- por cuatro envites de nada. Anda, Dragón, vámonos y dejemos a la chusma con el presidente trovador. -añadió, dirigiéndose a su can, y sin apenas mirar a los reunidos.
- Bueno, K., ¿revisamos desperfectos?- le interrogó Baldomero.
Lo cierto es que K., presidente de la comunidad de vecinos y poeta menesteroso a tiempo parcial, había estado haciendo la siesta y la noticia del leve terremoto la estaba conociendo en diferido. Estaba todavía con el sopor del sueño y lo único que se le ocurrió fue pedirle un cigarrillo a Baldomero.
- Con lo papichulo que es usted -comentó Mari, risueña, colgándose del brazo de Asun- que mal le queda enchufarse al cigarro; le quita personalidad.
- A él le quita todo menos dinero, no compra por convicción pero pide por vicio -apuntilló Baldomero, soslayando a K.
"¡Baldomero! ¡Baldomero! Que los del plus han "cortao" la señal en el bar y nos vamos a perder el partido. Baja de una jodida vez, repuñeta", se escuchó una voz desde el portal.
- Hostia, tú -se movió el camarero inquieto- que hoy son los octavos de la champions. Baja conmigo a ver si tú das con la tecla o hay que llamar a los del plus.
Tiró de la manga de K. arrastrándole escaleras abajo.
- ¿Y las ñapas que nos ha "ocasionao" el terremoto? -lanzó la pregunta Chelo, que le había sacado a la escalera una infusión de tila-naranja a doña Pura, cuando pasaron los dos hombres por su lado escaleras abajo.
- Pero si no ha pasado ni media, señora -dijo Baldomero, agitando despectivamente la mano.
- Pues la Asun les dice, como la madre que me parió, que como vea la más mínima grieta en mi casa me tiro sin pagar la comunidad hasta que me acuerde.
- ¡Anda esta, y yo!
- Es que este presidente es un tarambana, con tal de que le paguen el tabaco y la cerveza vende a dios y a su madre.
Y el revuelo en la escalera siguió hasta bien entrada la tarde, hasta justo unos cinco o seis minutos antes de que comenzara el partido de fútbol de octavos de final de la Liga de Campeones que retransmitían por el canal de pago de televisión. Después sólo quietud y runrunes frente a la pantalla plana.