Kabalcanty
Parábola del virus HK129
Desde su poblado bigote cayeron un par de gotas de café tras su bocado al tierno croissant. Los otros tres miembros del Alto Mando, en pie, sin mirarse apenas, esperaban estoicamente la respuesta del General Primero.
- Señores -dijo, al fin-, tengan ustedes por seguro que generaciones futuras nos habrán de agradecer nuestra decisión. Se trata de salvar a la raza humana y hemos de escoger. Cumplan las órdenes y que Dios reparta suerte.
Veinticuatro horas después el ejército blindó la Línea de seguridad con todo el contingente armamentístico disponible. La orden era tajante: cualquiera que se acercara a menos de veinte metros de la línea de seguridad sería abatido. A ese lado de la Línea de seguridad se había confirmado que no existía ningún infectado por el virus HK129 y, por ende, se consideraba en cuarentena el resto de la ciudad, precisamente el que se encontraba al otro lado de la Línea.
"...tratamos de combatir este plaga tal y cómo las fuerzas multinacionales de la Organización de los Estados Inmunes erradicaron el mal en el continente africano hace casi una década. Oremos todos juntos para que aquella devastación atómica, necesaria humanamente, sirva para que el Señor nos escuche y nos perdone, aunque el método siembre muerte y más muerte para que ésta, en definitiva, no tenga una victoria final...." Dijo, por aquellos días, Monseñor Montesinos en su homilía en la iglesia de Nuestra Señora de la Presentación. Solemnemente el presidente del gobierno, ministros, exministros, empresarios de varios gremios, banqueros, militares, asesores, altos cargos policiales, guapas y guapos de la jet set, deportistas top, famosillos y otras personas acaudaladas que no habían dudado en poner a disposición su capital a ese lado de la Línea de seguridad, bajaron la cabeza y entonaron un murmullo de mea culpa que zumbó en el templo como un moscardoneo canicular.
Tras cientos de muertos pidiendo o exigiendo ayuda y ante lo inexpugnable que suponía el acercamiento a la Línea, el resto de la población marginada era pasto del virus HK129. Los médicos y personal sanitario que quedaron, infectados todos, eran incapaces de atender a los miles de enfermos que yacían en salas de espera y pasillos de los hospitales. El pillaje y la desesperación fue escalando posiciones hasta convertirse en el único modo de vida. Los sanos trataban de aislarse de los infectados arriesgando un dinero que en ese lado de la ciudad ya no tenía valor. La salud se convirtió en el mayor don y trataba de comprarse en un mercado de valores que anidaba al otro lado de la Línea, lejos, inexpugnablemente lejos, de los que creían en el orden, en la justicia, o en un irrisorio puñado de ahorros que mostraban agobiados en pos de un reducto saludable para vivir.
Poco a poco ese lado de la ciudad fue haciéndose pestilente y silencioso, a excepción de unas avionetas militares que surcaban el cielo de la ciudad, a primera hora de las mañanas, rociándola con un incoloro potingue químico que caía cual sirimiri azufroso. Se escuchaban llantos y lamentos aislados, ecos que parecían provenir de un más allá, mientras se arrastraban a los muertos a fosas personales que, mas que probablemente, al día siguiente serían objetivo de la rapiña o reutilizadas para albergar otro u otros cuerpos.
Al cabo de pocos años, aquel lado de la Línea de seguridad tomó la paz de un cementerio y la muerte se tomó un respiro. Un chucho famélico fue el último ser vivo que se abatió, con un disparo certero en la cabeza, desde una de las avionetas militares en su habitual ronda mañanera.
Meses después, reunido el Alto Mando responsable en torno al General Primero, decidió por unanimidad convertir el lado "desalojado" de la ciudad en un gran parque natural, el cual, con toda seguridad, sería galardonado por la Organización de los Estados Inmunes.
Se bombardearon debidamente todas las construcciones, con aviones de combate F-355, hasta que se consiguió un espléndido y convincente erial. Algunos despojos humanos a la vista fueron desmenuzados con precisión de disparo infrarrojos con el fin de homogeneizar lo más posible el paisaje. Acto seguido, las avionetas militares de antaño sirvieron para esparcir miles y miles de kilos de humus especial "Spencer 50" y se dispararon, con morteros laser A-190, cepas de coníferas, pinos, cipreses y abetos. El barranco producido por el impacto de un misil errado se llenó de agua dulce y sobre la cima de la escombrera, que dejó el Hospital Policlínico, se enclavó una cruz cristiana de hierro fundido y con luces led azul azabache.
"La posteridad sabrá del sacrificio de esta ciudad con este paradisiaco parque natural", dijo el presidente de la nación el día del estreno y antes de fundirse en un abrazo con el General Primero del Alto Mando. Luego, tras los actos inaugurales, se informó al público asistente que el viaje de ida y vuelta para disfrutar del parque natural, en avioneta de primera con capacidad para treinta personas, sólo podía abonarse con tarjeta de crédito o débito.