Alejandro M. Carmuega
Aquí va a haber más que palabras: Se puede
Guardo recuerdos imprecisos de los momentos previos al desvarío: la habitación es una centrifugadora; los párpados se me descuelgan lentamente; la consciencia acaba por claudicar.
Un bullicio ensordecedor nos abruma desde las gradas del estadio. Mientras el público vocifera, yo sin prestar demasiada atención al barullo contemplo ensimismado mi propia imagen sobre la pantalla gigante. Me giro cuarenta y cinco grados sin llegar a apartar la mirada del descomunal plasma. Es fascinante. Nunca había sido consciente de lo bien que me sientan las rayas. Alto, inmensamente alto. Aunque así visto de perfil y en la lejanía reconozco que también me hacen parecer excesivamente delgado. Flaco y espigado; un poco quijotesco. Los hombros caídos y el vientre arrogantemente hacia afuera deforman la roja verticalidad de las franjas sobre la tela blanca, dificultando la lectura del mensaje impreso en la camiseta: Azerbaijan
La imagen de Sebas correteando por la banda sin ningún tipo de control acapara de repente toda mi atención. No cesa de dar volteretas y giros sobre si mismo, como trastornado, mientras vocifera con insistencia: "¡Si se trabaja se puede! ¡Si se trabaja se puede!". A mi alrededor, sobre el terreno de juego, deambulan un puñado de jugadores con camisetas similares a la mía; pero nadie parece hacerle demasiado caso a mi pobre amigo. Andan todos un poco a lo suyo, charloteando entre ellos. Me incorporo de un majestuoso salto con la intención de saludarlo; pero las palabras que mi cabeza combina con torpeza -¡Sebas, yo no trabajo, así que no puedo!- se tropiezan al percutir sobre mis cuerdas vocales profiriendo un alarido rotundo y severo, un aullido de una gravedad que no me corresponde y que transforma mi mensaje en:
Todavía contrariado por el tono empleado por ambos, permito que mis pies inicien un trote ligero que se ve interrumpido por la súbita aparición de un balón de fútbol. El clamor del gentío me atrona los oídos. Es entonces -cuando estoy a punto de recogerlo con los pies y abalanzarme hacia la portería- cuando el trascendente peso de una duda paraliza mi mente: soy incapaz de recordar si soy zurdo o diestro. ¿Derecha o izquierda? ¿Cuál es mi pierna buena? Me detengo, tomo el balón con las manos y vuelvo a dejar que mi escuálido cuerpo se precipite sobre la pradera. Sé que escribo con la derecha, pero la pierna... ¿Cuál es mi pierna buena? Sebas/Simeone se desespera en la banda: "¡Dale con la izquierda mamón! ¡Tú siempre has sido de izquierdas! ¿Qué coño haces?" Intento contestarle pero ya no soy capaz de verlo: Una multitud de futbolistas con uniformes inmaculadamente blancos me rodean. Hablan y gesticulan todos a la vez rogándome que suelte la pelota. De entre ellos, el tío Valen, embozado tras el rostro de Sergio Ramos, se dirige a mi con una sobriedad desacostumbrada
-Pero es que yo
-pavaaaaadas, la patología de la derecha es lo reaccionario. La patología de la izquierda es el infantilismo. Hala, a lanzar el penalti, campeón.
-¿Penalti? ¿Pero por qué penalti, Presidente Mujica?- Al fin consigo asociar un nombre a ese rostro.
- No está permitido decir ciertas cosas en twitter, ya lo sabes. Es un penalti de libro.
Sin entender nada, me veo zarandeado por una turba de jugadores hasta quedar de pie situado frente al punto de penalti. La pelota descansa sobre el pequeño círculo encalado y en la portería, al fondo, Sole habla por su teléfono móvil.
Me parece reconocer a Papá Noel con uniforme atlético en el personaje que se me acerca:
- Lanzarle un penalti a una mujer es muy complicado, porque si haces un abuso de superioridad técnica, o la que sea, parece que eres un machista que está acorralando a una mujer indefensa.
Demasiado para mi cuerpo. Decido que tirar el penalti va a ser la única manera de acabar con el delirio. Así que me concentro en golpear la pelota con mi pierna izquierda. Tomo una breve carrerilla mientras fijo la mirada en la guardameta, inmersa todavía en su incesante conversación telefónica y absolutamente inconsciente de mi presencia. Y entonces, en el momento que voy a iniciar la carrera, descubro que en la trayectoria que une la pelota con la red aparece claramente trazada sobre el suelo la poderosa imagen a la que ha sucumbido mi mente las últimas semanas. Raya blanca, raya negra. Alternativas. Consecutivas. Interminables. El eterno paso de cebra.
- Blanco, negro, blanco, negro, Madrid, Barça, Madrid, Barça.- me grita el Cholo Sebas. -Si se trabaja se puede romper el bucle.
Dirijo mi mirada hacia Mujica esperando que accione su silbato. ÿste me mira, sosegado, y a la vez que me guiña un ojo se acerca a mi lado y me susurra:
- Pavaaaaaadas, las rayas no son alternativas, Lito. La alternativa somos nosotros mismos. Blanco, negro, derecha, izquierda, reaccionario, infantilismo. Siempre se reparten el pastel los mismos. Si se vota se puede romper el bucle.
El jolgorio que llega a mi dormitorio desde la calle me despierta de la pesadilla. Tardo un par de segundos en reubicarme. Los hinchas más rezagados del Real Madrid todavía celebran la victoria en la puerta de la de Sara. Menudo partido de mierda. Un bucle que no se ha podido romper. Tengo la boca seca y la acidez de estómago me está matando; está claro que no volveré a ver jamás un partido con Sebas. Siempre acabamos igual: perdiendo la cuenta a los gin tonics. Me levanto torpemente y me sirvo un vaso de agua mientras en la calle continúan los cánticos. Regreso a acurrucarme en mi camastro. Ojalá pueda conciliar de nuevo el sueño. Mañana me levantaré con el pie izquierdo e iré a votar. No servirá para romper nada, lo sé, pero tal vez así consiga librarme de una vez de esta maldita obsesión.
Si se trabaja se puede.
Autor de la fotografía: Alfonso González (Maruxía)
-pavaaaaadas, la patología de la derecha es lo reaccionario. La patología de la izquierda es el infantilismo. Hala, a lanzar el penalti, campeón.
-¿Penalti? ¿Pero por qué penalti, Presidente Mujica?- Al fin consigo asociar un nombre a ese rostro.
- No está permitido decir ciertas cosas en twitter, ya lo sabes. Es un penalti de libro.
Sin entender nada, me veo zarandeado por una turba de jugadores hasta quedar de pie situado frente al punto de penalti. La pelota descansa sobre el pequeño círculo encalado y en la portería, al fondo, Sole habla por su teléfono móvil.
Me parece reconocer a Papá Noel con uniforme atlético en el personaje que se me acerca:
- Lanzarle un penalti a una mujer es muy complicado, porque si haces un abuso de superioridad técnica, o la que sea, parece que eres un machista que está acorralando a una mujer indefensa.
Demasiado para mi cuerpo. Decido que tirar el penalti va a ser la única manera de acabar con el delirio. Así que me concentro en golpear la pelota con mi pierna izquierda. Tomo una breve carrerilla mientras fijo la mirada en la guardameta, inmersa todavía en su incesante conversación telefónica y absolutamente inconsciente de mi presencia. Y entonces, en el momento que voy a iniciar la carrera, descubro que en la trayectoria que une la pelota con la red aparece claramente trazada sobre el suelo la poderosa imagen a la que ha sucumbido mi mente las últimas semanas. Raya blanca, raya negra. Alternativas. Consecutivas. Interminables. El eterno paso de cebra.
- Blanco, negro, blanco, negro, Madrid, Barça, Madrid, Barça.- me grita el Cholo Sebas. -Si se trabaja se puede romper el bucle.
Dirijo mi mirada hacia Mujica esperando que accione su silbato. ÿste me mira, sosegado, y a la vez que me guiña un ojo se acerca a mi lado y me susurra:
- Pavaaaaaadas, las rayas no son alternativas, Lito. La alternativa somos nosotros mismos. Blanco, negro, derecha, izquierda, reaccionario, infantilismo. Siempre se reparten el pastel los mismos. Si se vota se puede romper el bucle.
El jolgorio que llega a mi dormitorio desde la calle me despierta de la pesadilla. Tardo un par de segundos en reubicarme. Los hinchas más rezagados del Real Madrid todavía celebran la victoria en la puerta de la de Sara. Menudo partido de mierda. Un bucle que no se ha podido romper. Tengo la boca seca y la acidez de estómago me está matando; está claro que no volveré a ver jamás un partido con Sebas. Siempre acabamos igual: perdiendo la cuenta a los gin tonics. Me levanto torpemente y me sirvo un vaso de agua mientras en la calle continúan los cánticos. Regreso a acurrucarme en mi camastro. Ojalá pueda conciliar de nuevo el sueño. Mañana me levantaré con el pie izquierdo e iré a votar. No servirá para romper nada, lo sé, pero tal vez así consiga librarme de una vez de esta maldita obsesión.
Si se trabaja se puede.
Autor da fotografía: Alfonso González (Maruxía)