Bernardo Sartier
"Yo quiero estar borracho otra vez"
"La otra noche/ bailando estaba con Lola/ y me dijo/ que se encontraba muy sola". Luego sigue un punteo de guitarra y de repente el jardinero tropezó con el cadáver de Junior y casi se hostia. Junior nunca dejó de ser Junior, un infante irresistible a su propio encanto físico, encanto como de manigua filipina. La infantilidad estética perfecta hecha rostro. No es admisible tanta belleza, y menos en España. España te fríe, te afea y te agarrota. Lo más que admitirá esta madrastra cabrona que es España será el éxito pasajero y, a menudo, la muy perra convertirá ese éxito en un "éxitus letalis", en un "éxitus" cadavérico sobre el que un forense certificará, con tinta de subsecretario, algo así como "hora de fallecimiento", y ya todo dará igual porque como decía Azcona "no me preocupa la muerte: si estoy vivo no estoy muerto y si estoy muerto no estoy vivo".
O sea que Junior cantaba "mejor/ era cuando decías/ que también me querías/ ahora veo que no" y lo que Junior no sabía es que eso nos pasa a todos. Empiezan por desquerernos los viejos, que les da por morirse irresponsablemente y dejarnos solos, luego nuestra esposa, que se aburre en el coito reiterado y por fin nuestros hijos que nos abandonan para irse a hacer su propia equivocación. Junior vio que no le querían cuando falleció Marieta, ésa Rocío que él inventó para el rancherismo de tequila, ándele e hijos de la chingada. Y así, "con un sorbito/ de champán/ brindando por/ el nuevo amor" a Junior se le fue subiendo el alcohol a la cabeza, el alcohol trajo el Lexatín y luego todo fue una espiral de artificialidad en la que lo más sencillo es morirse para salir de ella. Cuando el éxito se fuga, cuando se va la madre que te follaba -porque Marieta era para Junior madre y mujer-, entonces es mejor romper los sueños en mil pedazos y tomar el camino de la inconsciencia. Lo mismo le pasó a Antonio Flores, el "Pescadilla" pequeño, o sea el "Carioca" con la Faraona, su madre.
Así que Junior "quería estar borracho/ otra vez", que era otra de sus canciones, y "quería vivir feliz" -estribillo lisonjero- pero murió Marieta y se cruzó el fantasma de la herencia indivisa, la fetidez de las traiciones filiales y peseteras comenzó a hacer el aire irrespirable y en esas condiciones siempre es mejor arrobarse en el adiós a la vida que arrastrar tus arrugas mientras mendigas paz, piedad y perdón. Yo vi a Junior en el Pabellón con "Los Brincos" en el sesenta y ocho, cuando el Pabellón de los Deportes era todavía el Pabellón de De la Sota y no ese engendro catedralicio al que imbéciles sucesivos fueron transformando en una cosa irreconocible. Lo vi porque mi padre le daba a la máquina de escribir para la Comisión de Fiestas cuando los que le daban a la máquina de escribir eran mecanógrafos auténticos y no tratadores de textos que de tanto cortar y pegar terminan por escribir "examinado su escroto" en vez de "examinado su escrito". A papá le daban invitaciones. Era guapo Junior, sí, y yo, que todavía no tenía conformada mi identidad sexual en aquella infancia lo veía como un objeto amable, quiero decir digno de ser amado.
Cuando me hice adolescente -todavía lo soy- y comprendí que mi perdición eran los coños, Junior comenzó a parecerme un mariquita tierno, un juguete roto al que nadie amaba lo suficiente. Nadie muere definitivamente mientras permanece en el recuerdo del que vive. Y entonces Junior no ha muerto del todo porque yo llevo en mi magín esa noche de agosto, esa noche de unas fiestas de la Peregrina en la que a la España que comenzaba a corear a los Beatles ya le empezaban a joder los treinta años de paz de aquella vicetiple menopáusica en la que se estaba convirtiendo Paquiño. Paquiño Franco.