Alejandro M. Carmuega
Aquí va a haber más que palabras: Armas Cargadas
Que Celaya me perdone, pero su sonrisa sí está cargada de futuro.
Amanece otro jueves de plomo. Se precipita sobre la escombrera regalándonos la misma tufarada a desidia que nos dejó aún ayer. Hace meses el campanario de la iglesia olvidó cómo se dan los buenos días; tres pisos más allá, el despertador de Sebas conserva dignidad y mala leche suficientes como para ladrar al mundo que las ocho en punto por fuerza han de significar algo. María Jiménez se empapa de Sabina en el piso de al lado para dar banda sonora a mi resaca. Putas paredes de papel. Me rebelo ante el ordinario cerrado por derribo que me dedica La Pipa y pongo en marcha mi propio tocadiscos; diamante sobre vinilo. Al pulsar el on, extirpo de los surcos las palabras en blanco y negro de Paco Ibáñez. Su voz en bruto resuena profunda y concéntrica; libre de impuestos; versos en pelotas que golpean mis sienes mientras las notas de la guitarra chisporrotean buscando a Julia. Contengo una lágrima, dos; desisto. Demasiado temprano para esta dosis de realidad en vena. Detengo la música y me asomo a la ventana. Aprovecho para dedicarle un corte de mangas al alba mientras hurto una última calada al Chester que tomé prestado anoche en la de Sara. No me riñan: lo había lo he dejado, es cierto. No puedo permitírmelo además. Pero el de después del desayuno En fin, siempre hay uno que cuesta más que los demás, ya saben.
-¡Lito, hay que cuidar esa tos!
Mi hermana saluda desde la calle con la mano abierta y una mueca manchada de preferentes y Pescanovas en el hueco donde antiguamente colgaba la sonrisa. A su lado la pequeña Julia la imita con su carita de melocotón maduro. Hace tres semanas que no veo a mi sobrina y la encuentro mayor, casi una chica ya. Es un cielo y aunque siempre la he considerado más madura de lo que es, la realidad del calendario confirma que se trata de una cándida criatura. Sin embargo, es dueña de una de esas miradas que disfrazan la edad e impulsan a hablarle como quien se dirige a un adulto. Si te enfrentas a sus ojos, caes en la emboscada y acabas por desgranar tus filosofadas dando por hecho que atinas directamente en el blanco de su entendimiento. Después, abre la boca y su dulce hilo de voz te sacude con los alegres y pueriles razonamientos de una chiquilla de siete años. Siente uno ganas de reprocharle el descaro de sus inteligentes pupilas. Lo harías, de hecho, si no fuera porque en ese mismo momento estás ocupado comiéndotela a besos. El tío Valen era a la oratoria lo que mi viejo a la filosofía; ella -ya pueden imaginarlo- es simple y pura poesía. Julia, su sonrisa, es un arma cargada de futuro. El ratoncito Pérez le ha birlado un par de proyectiles.
-Llévatela por ahí, por favor. No me la tengas mucho tiempo en este sitio tan deprimente.
Los festivos locales me permiten disfrutar de vez en cuando de una jornada entera con mi tesoro más preciado. Los tíos pobres no podemos ofrecer muchos lujos pero sí disponemos de un saco lleno de horas y minutos para regalar en casos de urgencia: Hoy no había con quién dejarla. Por suerte, siempre guardo una nariz de payaso para estas contingencias en el fondo de mi saco.
-Deja al tío Lito que se las arregle y ve a currar tú que puedes. - Le guiño un ojo a la pequeña y empujo a mi hermana hacia el coche. - Qué suerte que hoy no hay cole, ¿eh?
Hago caso omiso a su madre y en cuanto el coche da la vuelta a la esquina, la tomo de la mano y la subo a la cueva. No hace falta que insista en que se ponga cómoda, porque ella misma sabe como hacerlo: de un salto se desparrama sobre el raído butacón, toma el destartalado mando a distancia y enciende la tele.
-¿Y mi piruleta? -Dispara.
Olvidé comprarle las golosinas prometidas, así que intento desviar su atención. En la contraportada del disco que yace sobre la silla se puede leer el título de la canción que no tuve fuerzas de escuchar hace un momento: Palabras para Julia. Le pregunto si sabe de dónde viene su nombre.
-Claro, de una canción. Me la puso Papá un día, pero no entendí nada. ¿Es que esta tele no tiene más canales?
Mientras en la pantalla del televisor se suceden las escenas de manifestantes tomando las calles de Madrid, me pregunto qué es lo que no fue capaz de entender la niña. Sopeso la idea de que, a pesar de la sencillez del poema de Goytisolo, habrá intuído ella la profundidad que se respira en sus versos. Quizás haya comprendido que la magia de la poesía reside en su capacidad de esconder sentimientos gigantescos detrás de minúsculas palabras. Cosas que todavía deberían escapar a su inteligencia. Esta niña nunca dejará de sorprenderme. Pienso esto y continúan pasando imágenes de las multitudes en las calles. La palabra dignidad escrita en grandes letras adorna las pancartas. La gente vocifera mientras los antidisturbios aplican el IVA con contundencia a un grupo de manifestantes. La violencia de las noticias comienza a incomodar a la pequeña y a ponerme a mi de mal talante.
-Lito, ¿qué significa dignidad?
Doy vueltas a la manera de explicarle que dignidad es tener la valentía de protestar cuando hay que hacerlo y de la manera que hay que hacerlo. Que hay que dejar constancia en el mundo de que uno existe y que sólo está dispuesto a tragar cierta cantidad de mierda sin quejarse. Que una cosa es que puedan robarte la alegría a golpes de mediocridad y otra que vayas a permitirles que lo hagan con una carcajada y delante de tus narices. Barajo mentalmente un par de frases para expresar estas ideas y finalmente me decido por la que me parece más indicada para su edad:
-¿Qué te parece si nos vamos a los columpios? -Sus ojos me indican que esa era la respuesta esperada.
Entre toboganes, paseos, gominolas y promesas mutuas de no contar ciertos secretillos a mamá acaba por escapársenos el día. De vuelta en casa, decido regalar mi disco a la niña. Yo ya no tengo el valor de enfrentarme a sus estrofas y ella pronto estará lista para entenderlo. Escribo sobre la contraportada del disco unos versos del poema original que Paco Ibañez quiso ahorrarse en su canción: Tu destino está en los demás / tu futuro es tu propia vida / tu dignidad es la de todos. Libremente añado: Nunca dejes que nadie te borre la sonrisa. Dispara con ella al futuro. Le entrego el disco con cierta solemnidad y una caricia en la barbilla.
-Algún día entenderás tu canción, ya verás.
Ella observa con detenimiento la foto de la portada y acto seguido el texto de la contraportada. Levanta sus ojos del Long Play, y me mira fijamente durante unos segundos antes de asestarme la puñalada: Tío Lito, este señor no es John Lennon.
Despido en el portal a la niña y a su madre. La pequeña está encantada con su regalo. Por fin tiene una canción al alcance de su entendimiento. Es un poco triste, me dice, pero al menos no está en inglés como la otra. Tiene suerte de poseer dos canciones increíblemente estupendas, le aseguro yo. Dos canciones dignas de una persona tan especial como ella. Sonríe mostrando sus dos balas perdidas y me obsequia con un abrazo de oso que recarga mis ganas de vivir. El coche arranca ruidosamente sobre el deteriorado asfalto de la escombrera, y yo me quedo esperando en el portal a ver como desaparece por detrás la esquina. Sebas se acerca y, sin pronunciar palabra, me ofrece un cigarrillo arrugado y húmedo. No me riñan: lo había lo he dejado, es cierto. No puedo permitírmelo además. Pero el de después de las despedidas En fin, siempre hay uno que cuesta más que los demás, ya saben.